Después de muchas primaveras
cosechando flores en la luna
y racimos de besos
en los labios de las estrellas,
me quedé dormida en los brazos
que siempre me acunaron con amor
en las sombras sombrías,
y en las luces del viento.
cosechando flores en la luna
y racimos de besos
en los labios de las estrellas,
me quedé dormida en los brazos
que siempre me acunaron con amor
en las sombras sombrías,
y en las luces del viento.
Pero una noche de puro invierno,
lo inevitable vistió mi vereda
con un traje ceniciento.
El tiempo caminó sin descanso
buscando el sol que iluminó de nuevo
los abismos y el silencio,
y comencé a moverme
con mi falda de volantes
entre tinta y borrones que nunca fueron,
y entonces, escuché la voz de un poeta
imitando el susurro de la lluvia,
el canto del viento en la flor del helecho,
y se iluminó mi pensamiento otoñal
de fantasías y sueños.
Pero ahora ya no oigo el canto poético,
se difuminó mientras el reloj
marcaba las horas del tiempo.
Inmersa en otros pensamientos,
el aire se llevó fantasías y cuentos,
y me quedé solo con la huella feliz
de aquellos días pasados,
donde, de una utopia
las palabras acudían a ofrecerme
un bonito entretenimiento.
Y con un antes y un después,
así ha pasado el tiempo.
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